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Uno de mis recuerdos más sobresalientes durante mi infancia es estar al aire libre con mi familia, y a mi papa asando carne asada con papas mientras la canción “Jefe de Jefes” de Los Tigres del Norte sonaba a través de las bocinas portátiles de la grabadora de los años 80. A través de la música y mi familia, me he dado cuenta de que hay pocas cosas más Californianas que la experiencia de ser un inmigrante de clase trabajadora de América Latina. De hecho, la experiencia de inmigración está escrita en el nombre de Los Tigres del Norte.
Con una visa temporal, el líder de la banda Jorge Hernández y sus hermanos se dirigían a San José, California, cuando ingresaron a los Estados Unidos por primera vez en 1968. Para ayudar a sus familias, habían estado experimentando entre su ciudad natal de Rosa Morada en Sinaloa, México, a la ciudad portuaria Los Mochis, y tan lejos como Mexicali para tocar música norteña dentro de clubes y restaurantes. En un golpe de suerte, Jorge, el mayor de los hermanos, que tenía 22 años en ese momento, fue contratado para tocar con la banda que entonces no tenía nombre para los reclusos hispanos de Soledad, una prisión a unas 60 millas al sur de San José. En el cruce de la frontera, un agente de inmigración, impresionado con la juventud y la ambición del grupo, llamó al grupo de músicos “pequeños tigres”. El apodo se quedo, y Los Tigres del Norte se ha convertido en la banda más influyentes en América Latina, así como la comunidad hispano hablante de los Estados Unidos.