Conviví con Gregorio desde cuando éramos estudiantes en el Instituto Braille de Santa Bárbara hace 25 años. El Instituto era como un segundo hogar para nosotros. Greg llegó a tener una larga carrera en el Instituto como instructor de computación. Yo aprendí a leer y escribir en Braille y últimamente lo enseñé como voluntario por 10 años.
Cuando perdemos la vista, tan solo servirse un vaso de agua representa un gran reto en nuestra vida. No podemos imaginar si vamos a volver a cruzar la calle solos, mucho menos usar un iPhone o buscar algo en el internet.
Pero Greg estaba decidido a tener una vida independiente. Asistía a los talleres de computación y tenía una memoria fotográfica fuera de serie. Con esta gran cualidad que poseía, aún sin vista desarmaba y armaba las computadoras con tanta naturalidad como lo hace una persona con vista normal.